El evangelio también es buenas nuevas para los homosexuales
Escrito por Eternidad Plus el 18/05/2017
Silencio.
Era todo lo que se podía escuchar después de que Alberto terminara de hablar públicamente ese domingo ante la iglesia.
Completo silencio.
Conocía a Alberto desde hace ya un par de años y simplemente no tenía idea. El pensamiento de que un creyente luchara con atracción hacia personas del mismo sexo era inconcebible para mí, y más inconcebible aún era el hecho de que fuera cercano a mí.
Alberto leyó una carta frente a la iglesia esa mañana contándonos de su vida antes de Cristo y cómo Dios lo había transformado progresivamente a través del evangelio. Y aun así, ahí estaba, implorando desde el frente que oráramos por él porque sus afectos aún no habían sido eliminados del todo.
Desde ese entonces he aprendido más de cerca que la santificación del creyente es un proceso largo, y que la gracia de Dios es mucho más tangible y mucho más profunda de lo que creemos. Cuando el apóstol Pablo les escribió a los Corintios que ni los homosexuales ni los afeminados —junto con toda clase de pecadores— heredarían el reino de Dios, también les dijo que “esto eran algunos de ustedes” (1 Co. 6:11a).
La Biblia es clara y buena
Cada vez que las Escrituras abordan el tema de la homosexualidad, siempre es en términos de enemistad contra Dios. Si somos fieles a la inerrancia de la Biblia, no hay manera de que podamos escapar la verdad de que todo tipo de desviación del diseño original en Génesis 1:27 (“varón y hembra los creó”) es inaceptable delante de Dios. En Romanos 1:18-32, Pablo explica que el pecado ha distorsionado nuestro ser, incluyendo lo que creemos acerca de la sexualidad. Es por eso que cuando una persona dice que no eligió ser homosexual, para mí es una prueba más de que los deseos por las cosas que Dios ha prohibido son un reflejo de cómo el pecado nos ha distorsionado, no de cómo Dios nos ha creado.
Por otro lado, cuando Dios nos dejó su ley escrita, no fue para oprimirnos, sino para mostrarnos su santidad y para que pongamos nuestra confianza solamente en Cristo, de tal manera que podamos decir como el Rey David que “Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón” (Sal. 19:8).
Cuando Dios habla, siempre es para mostrarnos su carácter, y siempre es para nuestro beneficio. La Biblia es clara y buena aun, o especialmente, cuando va en contra de nuestra naturaleza.
La homosexualidad no es el pecado imperdonable
Recuerdo haber compartido el evangelio con Julián hace unos años. Mi amigo John y yo lo invitamos a cenar un día y nos confesó abiertamente que era homosexual. Debo admitir que me costaba trabajo compartirle el evangelio sin antes hacer un esfuerzo de eliminar su homosexualismo. En mi inconsciente pensaba que si lograba hacerlo heterosexual, sería una mejor persona, aun cuando no creyera en Jesús como su Señor. Era como si tratara de decirle que antes de introducirle a Cristo, él debería estar lo más presentable posible para recibir perdón de pecados. Sin darme cuenta, le pedía al leopardo que quitara sus manchas en vez de decirle que había un Salvador que era el único capaz de hacerlo (ver Jer. 13:23).
Lo asombroso de la gracia de Cristo es que nos toma en la condición en la que estamos, no en la que deberíamos estar. Es esta gracia que nos da vida juntamente con él a través del arrepentimiento y la fe; y que así mismo nos santifica poco a poco hasta el día de la glorificación (ver Ef. 2). Cuando los cristianos tratamos a los homosexuales con cierta medida de horror y desprecio, como si no hubiera esperanza para ellos, es evidente que no tenemos un entendimiento claro de la depravación total en la que todos estamos incluidos, y también es evidente que somos incrédulos de que la gracia de Dios sea tan asombrosa como para transformar vidas radicalmente.
No escribo este artículo como alguien que es experto en el tema, sino como alguien que está aprendiendo día con día. Creo firmemente que la homosexualidad es una perversión total del diseño de Dios para la sexualidad, pero la pregunta es: ¿los homosexuales están más lejos de Dios que los heterosexuales que rechazan el evangelio? La respuesta es un rotundo NO. Isaías dijo que “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino”.
Sí, el evangelio demanda muchas cosas de los homosexuales para vivir rectamente delante de Dios. Pero detengámonos un momento y meditemos en que todo discípulo de Cristo es aquel que dice juntamente con Pedro: “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt. 19:27). La única clase de personas por las que Cristo no vino a morir es por los justos, y es evidente en Romanos 3:10 que “no hay ni siquiera uno”. La sociedad seguirá empeorando cada vez hasta que Cristo regrese por su iglesia. Mientras tanto, las herramientas de combate que tenemos son el evangelio y la oración. Y al presentar las buenas nuevas a homosexuales, debemos estar convencidos de que el evangelio es realmente poderoso para alcanzar a los peores pecadores (de los cuales yo soy el primero) y transformarlos en nuevas criaturas (2 Co. 5:17).
De ninguna manera quiero hacer menos el problema del homosexualismo. Al contrario creo que es un problema más grande que todos nosotros. Mi meta no es minimizar el pecado de la homosexualidad, sino mostrar la gravedad del pecado en general, y ver que sin Cristo todos estamos perdidos en nuestros delitos y pecados.
Evangelizando con gracia
Justo después de que Pablo les recordara a los Corintios que algunos de ellos eran antes homosexuales y afeminados, encontramos estas asombrosas palabras: “pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11b). La identidad que Cristo nos da bajo la cruz es la de un hijo de Dios y “coherederos de la gracia” (Ro. 8:17). Dios nos ha librado del poder del pecado, pero la presencia del pecado será removida solo en su segunda venida. Mientras estemos en el cuerpo, siempre habrá progreso en nuestra santificación terrenal; pero eso no quiere decir que la presencia del pecado será removida completamente. Mientras tanto, seguimos luchando contra nuestra antigua naturaleza a través del poder de Cristo.
El amor centrado en el evangelio siempre tiene la iniciativa. Dios lo mostró perfectamente al enviar a su Hijo a la cruz. Nosotros también debemos tomar la iniciativa deliberadamente de ir y buscar a toda clase de pecadores que necesiten saber de Cristo, y eso incluye salir de nuestra zona de confort. Ellos necesitan escuchar la verdad de Dios, del hombre, de Cristo y del arrepentimiento y la fe.
Además, necesitan saber que les amamos. Tim Keller dice que las iglesias a veces se sienten más como una sala de espera para una entrevista de trabajo en vez de una sala de espera de un consultorio médico. En la primera tratamos de impresionar a la gente sin mostrar ninguna flaqueza. En la segunda asumimos que todos los que van están enfermos y necesitan ayuda. ¿Que podríamos decir nosotros de nuestra iglesia?
Entonces, ¿cómo debemos compartir el evangelio con homosexuales? Es muy sencillo: de la misma forma en que compartimos el evangelio con pecadores. La demanda del evangelio es la misma tanto para homosexuales como para el resto de nosotros: “arrepentíos y convertíos para que vuestros pecados sean borrados” (Hch. 3:19).
Que el Señor nos dé Su gracia.