¿Cuándo no debes tomar la Comunión?

Escrito por el 16/05/2017

Durante mi infancia no me gustaba ir a la iglesia. Siendo un niño en un pueblo rural, la iglesia era tediosa, larga, y llena de gente vieja y aburrida cantando canciones viejas y aburridas. Prefería jugar y ver futbol. Sin embargo, había un domingo de cada mes en el que sí me gustaba ir: el primer domingo.

El primer domingo era domingo de comunión. Las madres (mujeres mayores) de la iglesia se vestían todas de blanco. El pastor se ponía su sotana blanca. La mesa de la comunión, que normalmente permanecía descubierta, se cubría con un mantel blanco bajo el cual se colocaban los utensilios para la comunión que contenían el pan y el vino.

Me impresionaba la ceremonia y la importancia que se le daba a preparar la mesa. Se cuidaba el manejo y distribución de los elementos. Los diáconos usaban guantes blancos y las bandejas se pasaban entre ellos con reverencia y una orquestración deliberada de movimientos. Me gustaba mucho estar a la expectativa de la celebración de la cena del Señor. Desafortunadamente, aunque se tenía mucho cuidado con los elementos de la cena, no había un cuidado similar por parte de los participantes, aquellos que recibían la cena del Señor.

Contrario a lo que generalmente se piensa, la cena del Señor no es para todos. Es un sacramento santo, como el bautismo, que ha sido dado a la iglesia como un símbolo de la fidelidad de Dios a sus promesas, y una garantía en el corazón de aquellos a quienes se les han dado esas promesas. Con esto en mente, debemos entender que hay por lo menos dos grupos de personas que no deberían participar de la cena del Señor; en específico, los inconversos y los impenitentes.

Los inconversos

La cena del Señor es para aquellos que han profesado una fe verdadera en el Señor. Nos referimos a ella de diversas formas en la iglesia ya que en las Escrituras se hace referencia a ella de diversas maneras. Además de ser llamada la cena del Señor (1 Cor. 11:20), a menudo se menciona como comunión. Esto es ya que en 1 Corintios 10:16 se entiende que el pan y la copa son una “comunión” o un “intercambio” en y con Cristo.

Comunión, o unión común, nace de la unión con Cristo. Solo aquellos en unión con Cristo pueden tener comunión con Él. Comparten de su cuerpo y su sangre, y en consecuencia están unidos a Él (Juan 6:56). El inconverso no tiene comunión con Cristo. El inconverso no tiene unión con Él. No hay promesa de que Cristo permanece en él. No tiene parte en el cuerpo de Cristo que fue partido, o en la sangre derramada de Cristo. En consecuencia, no puede tener ninguna participación en los elementos que representan a la persona y la obra de Cristo por la Iglesia (1 Cor. 11:24). Los convertidos, por el contrario, disciernen que esas son las bendiciones de estar unidos a Cristo.

Los convertidos entienden que el pan y la copa son un anuncio de la muerte del Señor (1 Cor. 11:26). Los elementos mueven al creyente a reflexionar sobre el sacrificio de Cristo y la bendición perdurable de saber que Cristo está con nosotros. La sangre de Cristo es el perdón de nuestros pecados (Mat. 26:28). El cuerpo es Cristo partido, sufriendo en nuestro lugar (1 Cor. 11:24). Estas son las bendiciones que pertenecen a los que están unidos a Cristo por gracia solamente, por medio de la fe solamente. Solo los convertidos, los que han sido genuinamente regenerados, pueden tener la certeza de estas verdades comunicadas en y a través de la cena del Señor.

El impenitente

Mientras que la cena del Señor es solo para los conversos, también es solo para el converso que está viviendo una vida de examinación, y en consecuencia, de arrepentimiento. El sacramento es para creyentes. Sin embargo, la advertencia para los creyentes es clara: “Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa” (1 Cor. 11:28).

La vida cristiana es una vida examinada, una vida que toma en serio el llamado al arrepentimiento y a la promesa de perdón (1 Jn. 1:8-9; 2:1). Por desgracia, hay quienes niegan la gracia del arrepentimiento por su corazones endurecido, y se niegan a perdonar o ser perdonados. Aquellos que se niegan a reconocer su pecado, y albergan amargura, malicia, y odio en sus corazones, y se rehusan al consejo piadoso que los dirige a la reconciliación con Dios y con los demás, y así abandonan la gracia del arrepentimiento… que se abstengan de la cena del Señor. Así, comer y beber en ese estado es provocar la disciplina de Dios (1 Cor. 11:32).

No obstante, esa condición no es el deseo de Dios para su pueblo. Nuestro Dios se deleita en perdonar (Miq. 7:18). En consecuencia, su pueblo puede estar seguro “de las cosas que son mejores y que pertenecen a la salvación” (Heb. 6:9), en concreto, la bendita unión y comunión con Cristo. A ti, Cristo te dice: “¡Ven!” (Isa. 55:1). A ti, Cristo te dice: “¡Bienvenido!”. A ti, Cristo te dice: “¡Goza!”.

Con el tiempo he llegado a apreciar esa antigua iglesia rural en la que me crié. Hoy, muchos de esos santos “viejos y aburridos” se han ido para estar con el Señor. Y muchas de esas viejas y aburridas canciones se han convertido en mis favoritas. Una en particular me recuerda que la cena del Señor es una invitación a todos los que tienen hambre y sed de justicia:

Venid sedientos, bienvenidos;

Glorifiquen su bondad;

En la fe y arrepentidos,

Tomad la gracia que se os da.

Y no hay gracia más bendita que la de la dulce comunión con y en Cristo.

Tomado de: https://www.thegospelcoalition.org/coalicion/article/cuando-no-debes-tomar-la-comunion?utm_content=buffere805a&utm_medium=social&utm_source=facebook.com&utm_campaign=buffer

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