¿Obedezco por temor o amor?

Escrito por el 14/02/2019

El temor cambia a reverencia cuando nos encontramos con un Ser tan grande que tiene la capacidad de destruirnos, pero por Su amor no lo hace.

“El principio de la sabiduría es el temor del Señor, y el conocimiento del Santo es inteligencia”, Proverbios 9:10.

¿Alguna vez te has preguntado por qué es que el temor a Dios es el principio de la sabiduría? El temor se refiere a un objeto que aterroriza, como se usa en Deuteronomio 2:25. Adoramos a un Dios intimidante. 1 Reyes 19:11 nos dice que solo al pasar por los montes, el viento destrozaba los montes y quebraba las peñas. Cuando Simón estaba pescando toda la noche sin éxito y Cristo decidió revelarse a él, con solo ver un poco de Su poder, la reacción de Simón fue: “¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!” (Lc 5:8).

De manera similar, cuando Isaías vio el trono de Dios exclamó: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos” (Is. 6:4-5). Pareciera que donde sea que Dios esté presente, los humanos se sienten aterrorizados. Pero lo mismo no se puede decir de Jesús, puesto que las Escrituras nos dicen que Él se deleitaría en el temor del Señor (Is. 11:3). Siendo Dios mismo, Cristo no le tiene miedo a Dios. Por tanto, “temor” obligatoriamente tiene otra dimensión en su significado. El temor no solamente se refiere a miedo, sino también a reverencia, como es usada en Salmos 5:7. El temor cambia a reverencia cuando nos encontramos con un Ser tan grande que tiene la capacidad de destruirnos, pero por Su amor no lo hace. El temor se vuelve reverencia cuando confiamos que Él no solamente quiere lo mejor para nosotros, sino que tiene la capacidad para lograrlo.

En búsqueda de la santidad

Moisés le instruyó al pueblo de Israel que Dios implementó el temor para prevenir el pecado (Éx. 20:20), y podemos concluir que aunque saber que Dios puede castigarnos no es algo placentero, es necesario para mantenernos enfocados en buscar la santidad.

Sin embargo, la obediencia impulsada solamente por el temor no es la obediencia óptima. Debe haber algo más: debe haber amor. Obedecer por temor es un buen lugar donde comenzar, pero obedecer por amor es donde eventualmente debemos llegar si entendemos que somos perdonados por Cristo. Juan nos instruyó que “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor” (1 Jn. 4:18). Como nuestros pecados han sido pagados por Cristo, ya no obedecemos simplemente por temor, sino por amor (Mt. 10:28).

Dios es quien castiga, pero para sus hijos, también es quien bendice. Cristo bajó de Su trono para pagar nuestra deuda y lo hizo cuando éramos todavía sus enemigos (Ro. 5:8). Él tendrá misericordia desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen (Sa. 103:17), y a través de nuestra obediencia, Él nos muestra Su sabiduría.

Este amor incondicional es tan grande que merece que nuestra respuesta sea una de amor incondicional hacia Él y hacia Su pueblo. Cristo espera que nosotros amemos como Él ama (Jn. 13:34-3515:12). Mientras crecemos en amor estamos creciendo en Cristo porque Él mismo es amor (1 Jn. 4:8) y Él nos ha dicho que seguir Sus mandamientos es la manera en que demostramos nuestro amor hacia Él (Jn. 14:15).

Obedecer solamente porque le tienes miedo es un amor egoísta. Pero obedecer por amor —el amor que Cristo tuvo primero por ti— es un amor maduro, un amor otro-céntrico, un amor que se olvida de uno mismo y ama sin estipulaciones. Es un amor Cristocéntrico porque es por Él y para Él que amamos así, y por esto le seguimos con todo nuestro corazón en amor, en fe y con gozo. Cuando obedecemos por amor, la gloria será para Él siempre porque solo se cumple reconociendo que el Espíritu morando en nosotros nos cambia, nos da el poder y la disposición de amar así. Sigamos y obedezcamos a nuestro Señor, no solamente por temor, sino también por amor.

Escrito por:

Cathy Scheraldi de Núñez, productora del programa: “Mujer para la Gloria de Dios” que se produce en nuestros estudios.

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